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Iturria, Ignacio
Nacido en Montevideo (Uruguay) en 1949, hijo de un emigrante vasco, estudia cursos de dibujo publicitario y empieza a pintar muy pronto obteniendo varios premios en su país (Uruguay).
En 1977 se casa y viaja a España. Se instala en Cadaqués donde se va a "sosegar su expresionismo, aclarar su paleta, a transformar el dibujo lineal en pintura..." según confiesa él mismo. Regresa temporalmente a Uruguay en 1979, donde realiza varias exposiciones. Vuelve a España en 1982, instalándose en Barcelona, lo que le permite mantener una estrecha relación con pintores catalanes tales como Tharrats, Cuixart y Pitxot. En este tiempo recorre exhaustivamente España, dedicándose especialmente a Andalucía y Castilla, en busca de los paisajes de Benjamín Palencia.
En 1984 regresa a Uruguay y realiza exposiciones en Punta del Este y más tarde en Buenos Aires (Argentina), y en los dos años siguientes en distintas ciudades latinoamericanas.
En 1988 es uno de los 15 artistas seleccionados por el Fund for Artists Colonies de Nueva York (USA) para participar en una colonia de artistas, lo que le posibilita un año después pasar tres meses en USA conviviendo con artistas de distintos países.
Participa también en la exposición 100 años de pintura uruguaya. Tras exponer en diversos países iberoamericanos en 1994 gana el Gran Premio de la IV Bienal Internacional de Pintura de la ciudad de Cuenca (Ecuador). En 1995 gana el Premio Casa di Risparmio en la Bienal de Venecia. En 1997 participa en la VI Bienal de La Habana (Cuba), representando a Uruguay. Entre sus últimas exposiciones destaca las realizadas en 1998 en el Museo Nacional de Buenos Aires (Argentina) y en el Museo Rufino Tamayo de México D.F. (México).
En el año 2002 motivado por la experiencia vivida en la Colonia de Artistas, Iturria decide abrir una Escuela de Artes, “Casablanca, arte en acción”. Con la importante colaboración de su cuñado, Néstor Piñón, que dirige la escuela, y la de su hijo Nacho, en el área musical, empieza esta aventura que hoy sigue creciendo. La idea allí es interrelacionar las diferentes disciplinas artísticas: pintura, música, danza, teatro, literatura, fotografía, audiovisual.
En el 2004, es invitado a Guatemala a participar como jurado en la XIV Bienal de Arte Paiz de ese país .Luego se queda una temporada trabajando en medio de la selva de El Salvador, donde forma una pequeña comunidad de artistas, el grupo “Coatepeque”
En abril del 2006 se radica nuevamente en Cadaqués (España). Allí pasa tres años pintando en un enorme taller, donde recibe permanentes visitas de pintores alumnos y amigos que se quedan por temporadas a pintar con él.
En el 2011 se crea la Fundación Ignacio Iturria cuyo principal objetivo es promover el desarrollo vocacional de los artistas, concretándose así su sueño de la Colonia de Artistas, en Rosario (Colonia, Uruguay).
Exposiciones Individuales:
1977- Galerías de diferentes ciudades y pueblos catalanes: Gerona, Olot, San Juan De las Abadesas, Castelldefels, Cadaqués y Barcelona (España).
1985- Galerías de diferentes ciudades y pueblos catalanes: Gerona, Olot, San Juan De las Abadesas, Castelldefels, Cadaqués y Barcelona (España)
1985- Galería Praxis, Buenos Aires (Argentina).
1986- Galería Latina, Montevideo (Uruguay).
1987- Club del Lago, Punta del Este (Uruguay).
1987- Galería Praxis, Lima (Perú).
1987- Museo de la Municipalidad de Miraflores (junto a Nelson Ramos), Lima (Perú), curada por Luis Lama
1988- Galería Praxis, Buenos Aires (Argentina).
1991- Galería Sur, Punta del Este (Uruguay).
1989- Park Gallery, Fort Lauderdale, Florida (USA).
1989- La Galería, Quito (Ecuador).
1990- Galería Praxis, Buenos Aires (Argentina).
1990- V Bienal de La Habana (Cuba), curada por Olga Larnaudie
1992- ARCO´92, Madrid (España).
1992- Galería Sur, Punta del Este (Uruguay).
1993- Museo de Artes de las Américas, Washington, D.C. (USA).
1994- ARCO´94, Madrid (España).
1994- Art New York´94, New York (USA).
1994- "Que viva la vida", Museo José Luis Cuevas (México).
1994- "Soñar con los ojos abiertos" (México).
1994- Gana el Gran Premio de la Bienal de Cuenca (Ecuador).
1995- Único representante de Uruguay en la XLVI Bienal de Venecia (Italia) donde gana el Premio Especial "Casa di Risparmio", curada por Ángel Kalemberg.
1995- "Presente y memoria de un taller", Galería Sur, Punta del Este (Uruguay).
1996- "La casa de la memoria", North Dakota Museum of Art, North Dakota (USA), curada por Laurel Reuter.
1996- "La Casa de la Memoria", Centro Cultural "Plug in", Winnipeg (Canadá).
1997- Museo de las Américas, San Juan de Puerto Rico.
1977- Muestra individual en "Los festivales de Lima" (Perú), curada por Alfredo Torres.
1977- Ilustración de la Obra de Juan Carlos Onetti, Proyecto Unesco y Fondo de Cultura Económica, "Periolibros" (México).
1977- Museo de arte Moderno de Bogotá (Colombia).
1977- "The First Etchings", Praxis Gallery, Nueva York (USA).
1977- "Album de Figuritas", Fortaleza de la Cabaña, VI Bienal de La Habana (Cuba).
1977- Invitado a realizar una Muestra Individual en la VIII Bienal de La Habana (Cuba).
1977- Gran Premio en la Bienal de San Juan de Grabado Latinoamericano y el Caribe (Puerto Rico).
1998- Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires (Argentina), curada por Jorge Glusberg.
1998- "EL Tiempo de las Cosas", Museo Rufino Tamayo (México).
1999- "La Soledad del Juego", Fundación Telefónica, Madrid, Valencia (España), curada por José Jiménez.
2000- "New Works", Marlborough Gallery, New York (USA).
2000- Invitado Especial, FIA´00, Caracas (Venezuela).
2000- Marlborough Gallery, Boca Ratón, Florida (USA).
2000- Invitado de Honor para la Bienal de Grabado del Año.
2000- Muestra Introspectiva Individual de grabados.
2001- Muestra de Obra Gráfica Galería Praxis, Buenos Aires (Argentina)
2001- "Homenaje a Ignacio Iturria", Museo de San Juan, XIII Bienal de San Juan del grabado latinoamericano y del Caribe de Puerto Rico.
2002- Galerie Trigano París (Francia).
2003- “La libertad del juego”, muestra principal en el 40° Aniversario del Instituto Goethe, Montevideo (Uruguay), curada por Alfredo Torres
2003- “La libertad del juego”, muestra itinerante por el interior del país (Uruguay): Museo Departamental de San José; Casa de la Cultura, Florida; Sala Exposiciones Teatro Artigas (Trinidad, Flores); Casa de la Cultura de Durazno; Museo Solari (Fray Bentos, Rio Negro); Sala del Consulado Argentino (Colonia); Sala Herrería Machengo (San Carlos, Maldonado); Centro Cultural de La Paloma (Rocha); Museo de Tacuarembó; Sala Cultural de Antel (Rivera); Sala Banco Hipotecario (Bella Unión, Artigas); Palacio Gallino (Salto); Antiguo Galpón de AFE (Paso de los Toros, Tacuarembó).
2004- Repite la muestra itinerante por el interior del país (Uruguay).
2004- “Todo tiene cara”, Boca Ratón Museum of Art, Florida (USA).
2005- Segunda Bienal Internacional de Arte de Beijing, Pekín (China).
2005- “Partículas”, curada por Alicia Haber, Museo Zorrilla de San Martín, Montevideo (Uruguay).
2005- “Everything Has a Face,” curada por Wayne Baerwaldt, The Power Plant, Toronto (Canada).
2006- Mendel Art Gallery, Saskatoon (Canadá), curada por Wayne Baerwaldt.
2007- Bienal de Montreal, Centro Internacional de Arte Contemporáneo de Montreal (Canadá).
2007- Galería Cadaqués Dos, Gerona (España).
2007- "Frágiles Criaturas", en la Biblioteca Octavio Paz del Instituto Cervantes de París (Francia).
2008- Galería Partrice Trigano, París (Francia).
2009- Galería Levant, Shanghai (China), organizada por Galería Trazos.
2010- Museo de Arte Contemporáneo Youngeun (Corea).
2010- Galería Oriol, Barcelona (España).
2011- Galería Enlace Arte Contemporáneo, Lima (Perú).
2011- Municipalidad de Miraflores, Lima (Perú).
Exposiciones colectivas más importantes:
1974- Salón Municipal de Montevideo (Uruguay).
1975- Galería Contemporánea, Montevideo (Uruguay).
1975- Salón Municipal de Montevideo (Uruguay).
1976- Salón Nacional de Artes Plásticas
1983- Bienal de Salto (Uruguay).
1985- Primer Encuentro de Pintores Latinoamericanos, Galería Praxis, Buenos Aires (Argentina).
1985- Feria Internacional de Osaka, Canadá (obra sobre papel)
1987- Participa Bienal de Cuenca de Pintura Latinoamericana de Cuenca (Ecuador).
1987- "Pintura del Río de la Plata", Galería Praxis, Buenos Aires (Argentina).
1987- Galería Sur, (junto a Luis Solari y Juan Storm), Punta del Este, Uruguay
1990- Instituto Cultural Uruguay-Estados Unidos, (junto a Clever Lara y Nelson Ramos), Montevideo (Uruguay).
1990- Muestra Colectiva Übersee- Museum, Bremen (Alemania).
1990- Galería Sur, Punta del Este (Uruguay).
1991- "Contemporary Uruguayan Paintings", Mérida, Cáceres y Burgos (España).
1991- "Tres Artistas Latinoamericanos" Ignacio Iturria, Ricardo Migliorisi y Leoncio Villanueva, Galería Praxis, Lima (Perú).
1991- "Contemporary Paintings and Drawings from Argentina, Uruguay and Brazil".
1991- Northampton Center for the Arts, Massachusetts (USA).
1991- "Chicano & Latino: Parallels and Divergence", Galería Daniel Saxon, Los Ángeles (USA).
1991- Galería Kimberly, Washington DC (USA).
1993- LXX-XII Salón de Artes Plásticas, Buenos Aires (Argentina).
1994- Bienal de Cuenca, Cuenca (Ecuador).
1994- Adquisiciones Recientes" Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, Caracas (Venezuela).
1996- "Inside the Work of Saint Clair-Cemin, Joel Otterson, Ignacio Iturria and Others", California Center for the Arts Museum, Escondido (USA).
1996- "América Latina´96" Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires (Argentina).
1997- XII Bienal de San Juan del Grabado Latinoamericano y del Caribe, Puerto Rico.
1997- "Colección Permanente del museo de la OEA", Museum of American Art, Long Beach, California (USA).
1999- Centro Municipal de Exposiciones, Montevideo (Uruguay).
2000- "Como el Uruguay no hay", Museo Juan Manuel Blanes, Montevideo (Uruguay).
2001- "El Ejercicio de la memoria", Centro Municipal de Exposiciones, Montevideo (Uruguay).
2001- "Diálogos", Museo J. Zorrilla de San Martín, Montevideo (Uruguay).
2001- “El final del Eclipse", Fundación Telefónica de Madrid, Madrid (España).
2001- III Bienal del Mercosur, Porto Alegre (Brasil).
2001- Marlborough Gallery, New York (USA).
2001- "El espejo de los Artistas" Museo Nacional de Artes Visuales, Montevideo (Uruguay).
2001- "Premio Figari 2001", Museo Nacional de Artes Visuales, conmemoración 90 aniversario, Montevideo (Uruguay).
2001- Hasta el año 2003: “El Final del Eclipse- Arte latinoamericano en la transición al siglo XXI”, Salas de Exposición de Fundación Telefónica, Madrid (España), Palacio de los Condes de Gabia, Diputación de Granada (España). Salas de la Caja General de Granada, Instituto de América de Santa Fe de Granada (España), Museo extremeño e iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC), Badajoz (España), Salas de exposiciones dela Universidad de Salamanca (España). Museo de Arte Moderno (MAM) dela Ciudad de México, Museo de Arte Contemporáneo (MARCO) de Monterrey (México), Museo Nacional de Bellas Artes, Buenos Aires (Argentina).
2003- “25 Años” Praxis International Art, conmemoración 25 aniversario, Buenos Aires (Argentina).
2004- Salas de la Fundación Telefónica, Santiago de Chile (Chile).
2004- Museo de Arte y Salas de la Fundación Telefónica, Lima (Perú).
2004- Pinacoteca del Estado, Sâo Paulo (Brasil).
2005- Interviene en el proyecto “Pertenencias, formas de creer/crear”, donde desde ópticas personales, se aborda la iconografía del judaísmo y el cristianismo. Curada por Alicia Haber, en Galería Engelman Ost, Montevideo (Uruguay).
2005- “13 por 13”, trece curadores y trece artistas, curada por Manuel Neves en el Centro Cultural de España, Montevideo (Uruguay).
2006- Exposición colectiva en Galería Cadaques Dos, Cadaques, Gerona (España).
2008- Interviene en la exposición “Las Américas Latinas”, curada por Phillipe Daverio en el Spazio Oberdan, Milán (Italia).
2009- Exposición colectiva, curada por Miguel Angel Muñoz, en Guanajuato (México).
2009- Exposición permanente en el “Spai D’Art”, Cadaqués (España).
2010- Participa en la Exposición Darte y Deporte, en el Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay, con motivo del Campeonato Mundial de Futbol.
2010- Exposición colectiva en Mercedes (Uruguay), curada por la Prof. Alicia Haber
Participa anualmente en las siguientes Ferias de Arte:
Art Miami; FIA (Caracas, Venezuela); ARTFI (Bogotá, Colombia); Art Chicago; ARCO (Madrid, España); FIAC (París, Francia); ArteBA (Buenos Aires, Argentina), Shanghai Art Fair, Pabellón Latinoamericano (China); Art Cologne, Alemania; MIA- Artfair (Miami Beach, USA); Pinta (Londres).
Conferencias y talleres:
2000- New York, USA, noviembre.
2001- “Hacia un mundo nuevo, todavía”, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, Sede Pirineos (España) 20 de setiembre.
2003- Gira por los 19 departamentos del Interior del (Uruguay).
2003- Talleres de artistas (El Salvador), noviembre-diciembre.
2004- Sala Cultural de Antel, Rivera (Uruguay), junio.
2004- Sala Banco Hipotecario, Bella Unión, Artigas (Uruguay), junio.
2005- Talleres Johnny Walker, Casablanca, Montevideo (Uruguay). Ciclo de 6 talleres, junio – agosto.
Colecciones:
Museo José Luis Cuevas, México.
Museo de Bellas Artes de Caracas, Venezuela.
Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber, Caracas, Venezuela.
Museo de Arte Contemporáneo de Montevideo (MAC).
Museo de la OEA
Museo Rufino Tamayo, México.
Museo Arte Latinoamericano Fundación Robert Gumbiner, Long Beach, USA.
Colecciones particulares
Premios:
1975- Salón Municipal de Montevideo.
1976- Salón Nacional de Artes Plásticas.
1989- "Fund for Artists Colonies" (USA).
1989- Asociación y Críticos de Arte del Uruguay.
1993- Premio al Artista Extranjero en el LXX-XII Salón de Artes Plásticas (Argentina).
1993- Placa de reconocimiento por su labor artística en el Salón de Conferencias dela Casade Gobierno, Buenos Aires (Argentina).
1994- Gran Premio dela Bienalde Cuenca (Ecuador).
1995- Premio Especial "Casa di Risparmio" Bienal de Venecia (Italia).
1995- Gran Premio dela XII Bienalde San Juan del Grabado Latinoamericano y del Caribe (Puerto Rico).
2001- "Premio Figari" Montevideo (Uruguay).
2003- Grabados XI Edición ESTAMPA Salón internacional del grabado y edición de arte contemporáneo, Madrid (España).
"La soledad del juego", por José Jiménez Fundación Telefónica (España).
1. El agua corre fluída.
Es muy probable que Uds. experimenten el mismo impacto hipnotizador que yo sentí ante el gran grifo de Ignacio Iturria, con su descomunal chorro de agua. Ahora me sorprendo mirando, de manera automática, el círculo que forma el agua en los lavabos y comprobando cuidadosamente si las gotitas que salpican tienen cara. Es esa la fuerza de los grandes artistas, de los grandes pintores: nos enseñan a ver el mundo de otro modo.
Pero la historia del gran grifo no acaba aquí. Seleccionando en Buenos Aires una parte de las obras para esta exposición, quedé fascinado por un cuadro similar al que aquí presentamos. Era aún más grande, y su tamaño: unos tres metros de alto, me hacía imposible incluirlo en la muestra por el condicionamiento espacial de una de las salas donde ha de presentarse. Ya en Montevideo, completando la selección, le dije a Ignacio Iturria cuánto me había impresionado la obra y que, a pesar de ello, lamentablemente no iba a poder llevarla a España.
Seguimos conversando y trabajando. Y después nos separamos. Pasaron unas tres horas. Cuando fui de nuevo al taller para continuar con la selección de las obras, me encontré con el gran grifo que Uds. pueden ver aquí. Me alegré enormemente de que hubiera una obra tan parecida a la que había visto en Buenos Aires y tan sólo un poco más pequeña. Así se lo dije a Pablo, uno de los hermanos de Ignacio, a la vez que le comentaba que era extraño que Ignacio no me hubiera dicho que había otra versión del cuadro en Montevideo.
Pero Pablo sonrió y me dijo que no la había. Que al separarnos Ignacio y yo, éste había ido al estudio con él y que allí le había dejado. Al volver, unas horas después, Pablo encontró el cuadro terminado y a Ignacio limpiándose las manos después del trabajo. Impresionante.
Cuando, después, le dije a Ignacio que me había quedado literalmente de piedra al saber, y sin yo esperarlo, que había realizado la pintura en ese tiempo, sonrió y le quitó importancia. Me dijo que, ciertamente, había tenido que esforzarse para cubrir las grandes dimensiones de la tela. Pero que una vez hecho el cuadro, concebido y realizado, pasaba lo mismo que con una poesía: tú podrías volver a escribirla, aunque cambiaras alguna palabra o algún verso.
Con ser muy relevante, lo que más me interesa destacar en esta historia no son las evidentes grandes dotes de Iturria como pintor, su facilidad expresiva. Considero todavía más importante lo que transmite de la riqueza de su mundo interior, de su concentración poética en el proceso de plasmación visual de las imágenes. Ahí reside la médula del gran artista. De ahí brota su fuerza para hacernos ver el mundo de otro modo.
2. La pintura como construcción y exceso visual.
Forma de darse a sí mismo, forma de entrega, la pintura implica hasta el fondo la mente y el cuerpo del pintor. Y no consiste en reproducir sin más el mundo exterior, sino que es construcción visual, y por eso síntesis de lo interior y de lo exterior, de lo más íntimo y de todo aquello que nuestros sentidos captan y modulan en su interacción con el mundo.
En Iturria, el primer plano de la pintura tiene un carácter físico, corporal: el cuerpo se vuelca físicamente en la realización del cuadro. Hay una morosidad artesanal en la preparación técnica y en la realización de la obra. Y hay también un exceso: todo puede ser utilizado como soporte pictórico, el impulso a pintar no conoce límites.
Se despliega, incluso, en la utilización directa de la pintura que sale del tubo y que adquiere un carácter tridimensional, toma cuerpo. En ese fluido, o segregación inmediata de lo pictórico, Iturria plasma sobre todo situaciones carnales, cuerpos que se abrazan o incluso se amontonan en su multiplicación abigarrada, llena de desmesura. A estos levísimos personajes o, en general, emulsiones inmediatas de lo pictórico, Iturria los llama "pinturitis", a semejanza de ese fluido inmediato de la escritura y la visualización que son los "graffiti".
Pero, naturalmente, no basta con dejarse llevar. Para Iturria, el "carácter" del pintor se forja en su trabajo con la forma. Algo que se concreta en la búsqueda de adecuación de la escala y el tamaño de las figuras en el formato del cuadro. Un proceso en el que Iturria pone como ejemplo a Degas. El siguiente paso en ese trabajo con la forma tiene que ver con la precisión y el detalle. En su mundo de pequeños personajes y objetos agrandados, somos capaces de advertir la expresión más minúscula, las muecas y gestos más particulares, lo que contribuye a producir la sensación de un mundo lleno de vida.
La tela, el cartón, el cartón arrugado, la madera, dan con sus distintas calidades materiales un tipo de respuesta diferente a la expansión del óleo. En esa dinámica expansiva, los cuerpos pueden resultar perforados. Hasta que la pintura llega, por fin, a la experiencia del límite en el vaciado del soporte. El agujero ocasiona una intromisión del universo externo en el espacio privativo de la pintura. Es la experiencia del vacío, la atracción del abismo. Que, en su modulación especular, acaba apareciendo como un juego sobredeterminado, de pintura dentro de la pintura.
El carácter expansivo de la pintura de Iturria llega hasta su plasmación tridimensional en los objetos. Pero no creo que, en sentido estricto, podamos hablar de "esculturas". En mi opinión, se trata de objetos pintados, o de una pintura expandida, que busca desbordar toda limitación en sus soportes materiales o en su espacialidad, desbordando así incluso la bidimensionalidad.
El propio Iturria (1995, 34) ha reconocido que su trabajo no es propiamente escultórico y ha señalado como el aspecto más indicativo de ello su mantenimiento de la frontalidad: "Todo elemento que haga, por más que se salga del cuadro o que pueda tener un volumen, siempre lo pongo de forma frontal, quiere decir que siempre mantengo una de las características de la pintura, la frontalidad. No tengo un carácter puramente escultórico".
Además del proceso de estructuración espacial, de la creación de un escenario unificado por el juego de la luz, la escala y la perspectiva, es importante en Iturria dotar a lo pictórico de una consistencia estrictamente física. Aquí la huella del llamado "informalismo" español se hace patente, pero de forma trascendida: rayaduras, raspaduras, oxidaciones, dejan ver sobre la misma superficie pictórica las huellas y efectos del paso del tiempo. De este modo, lo aparentemente más exterior conecta con lo más íntimo, con las imágenes desvaídas, pálidas, fragmentarias, que vienen a la memoria.
Los pequeños personajes que aparecen fisgando por las ventanas, el deslizamiento continuo de "mirones" (voyeurs), de figuritas que parecen sobrevolar las diferentes situaciones y escenarios, a la vez que nos miran y nosotros los miramos a ellos y nos sentimos reflejados, identificados, en su mirada, todo ello supone una consciencia explícita de que lo decisivo en la estructuración pictórica del mundo es la articulación de lo visual.
Creo que la fuente de esa dimensión en Iturria no puede situarse sino en la tradición de la pintura clásica española y muy en concreto, por ejemplo, en esa toma de consciencia verdaderamente maestra del carácter de construcción visual de la pintura que se alcanza con Las Meninas, de Diego Velázquez.
Después de mirar, sentir la devolución de la mirada y ver de nuevo. Aquello que nos queda es la pintura. Eso es lo que atraviesa de un extremo a otro las obras de Iturria: en ellas la pintura se ofrece como exceso visual, como resto, como un ir más allá de lo que ocultan las apariencias, la mirada sumisa y autosatisfecha.
3. Viaje a la infancia.
"Hace un rato que me estaba paseando por el cuarto y se me ocurrió de golpe que lo veía por primera vez." Las frases iniciales de El pozo (1939), el relato de Juan Carlos Onetti que constituye una de las obras fundamentales de la literatura uruguaya y universal en este siglo, nos hablan también de la mirada distanciadora. De esa visión que mira las cosas de todos los días como si nunca antes hubieran sido contempladas.
El universo creativo de Ignacio Iturria gira, todo él, en torno a la cotidianeidad, a las experiencias comunes del individuo urbano, en este siglo de informaciones acumulativas. De palabras, voces y ruidos intrusos y banalizadores. Que nos impiden ver el sentido de las cosas.
Sumergiéndonos en ese mundo, Iturria intenta plasmar y comunicar con su pintura la experiencia de la vida. Las imágenes de referencia son las que nos acompañan cada día. Edificios de apartamentos. Habitaciones e interiores. Historias más o menos banales. Objetos en general dotados de vida propia. En particular, los muebles: aparadores, estantes, armarios, sofás, camas, lavabos, mesas, mesillas de noche... Todas esas imágenes están, sin embargo,. sometidas a un procedimiento distanciador que nos hace percibirlas, a la vez, como intensamente conocidas y lejanas.
Se ven con los ojos de un niño. De un adulto que no renuncia a la limpieza y la exigencia en la mirada que vuelven desde la infancia fijada en la memoria. A través del cuestionamiento de la identidad, que hace surgir todo un registro específico de imágenes: familia, parientes, fotografías, altares, siluetas, registros, huellas. Que se desplaza en aviones, barcos y trenes. Que fija, a través del establecimiento de vínculos con el mundo animal e infantil, una identificación profunda entre los seres humanos, los animales y los objetos. Que se desplaza a través del agua, el espacio y el tiempo, utilizando la pintura que tiene, también ella, un carácter fluido.
Todo eso se estructura en una trama a la vez poética y narrativa. Los cuadros y los objetos pintados de Iturria cuentan historias. Hay en ellos una secuencialidad, implícita o explícita, que tiene mucho que ver con las técnicas expresivas del tebeo (la historieta, el comic) y de los dibujos animados. En ambos casos se puede encontrar esa variante de la representación, mínima y familiar, con la que los niños de nuestra generación, la de Iturria, aprendimos a leer y a interiorizar una representación secuencial, narrativa, construida sobre la fusión de la imagen visual y la palabra, antes de que la televisión lo invadiera todo. Cuando la radio era considerada aún un objeto de culto.
Esos son los componentes de lo que Damián Bayón (1994) llamó el "mundo Iturria". Los elementos cartográficos para levantar el mapa de un territorio pictórico acentuadamente antropocéntrico. En el que, ya sea a través de la presencia o de la ausencia, el problema principal es la representación de la figura humana. Con sus miedos, deseos y alegrías. Con su soledad radical y constitutiva.
Después de su larga estancia en España, en Cadaqués, indica Iturria (1995, 32) que lo primero con lo que se encontró al volver a Uruguay fue la cotidianeidad: "La cotidianeidad te hace resurgir, te hace empezar a revalorar tu mundo personal, tu propia identidad. Al estar dentro, entonces empiezan a cobrar sentido los muebles, las sillas y te empezás a enganchar con otra época de tu vida donde había existido espontáneamente ese enganche con los muebles."
Naturalmente, esa época a la que se alude no es otra que la infancia. Pero lo que alcanzamos así a comprender es de gran importancia: el viaje físico de ida y vuelta, de Montevideo a España y de nuevo a Montevideo, se dobla con el viaje interior, a través de la memoria, que permite el reencuentro, a la vez próximo y diferente, con lo más familiar.
Algunas categorías de análisis acuñadas por Sigmund Freud pueden resultarnos en este punto de gran utilidad. Para entender, en primer lugar, que Ignacio Iturria es un pintor "de interiores" en un sentido doblemente determinado, sobredeterminado. Sus obras nos sitúan siempre dentro de la casa, de la casa familiar. Incluso cuando salimos fuera: edificios, trenes, barcos, aviones. La casa es, simultáneamente, la casa de la memoria.
Por otra parte, ese proceso de retorno a lo familiar viniendo desde otro mundo, en el espacio y en el tiempo, tiñe el universo de Iturria de una dimensión espectral, a la vez nostálgica y tenebrosa, que nos conduce a la percepción de objetos y lugares como algo siniestro. Freud nos dice que lo siniestro hace su aparición cuando algo cotidiano y familiar se manifiesta de improviso como insólito y distante.
La presentación de lo más familiar desde un prisma insólito, inesperado, es un rasgo recurrente en la obra de Iturria. En la que, por tanto, percibimos con frecuencia un cierto halo, una cierta connotación siniestra, que nos remite a los territorios más lejanos de la imaginación y del recuerdo. Es como si alguna pieza, sin que sepamos muy bien ni siquiera de cuál se trata, no encajara plenamente en el orden habitual de las cosas.
En el fondo, se trata de una recuperación, de un retorno del sueño infantil de omnipotencia, a través de la memoria y la imaginación. A pesar de que esa vertiente conduce también a la autosuficiencia del niño, a su enclaustramiento en un mundo privado, solipsista, en Iturria la ilusión de poder ser capaz de todo en el juego de la pintura se configura como una forma de compartir, e incluso de ofrecimiento. Un elemento fundamental es la idea de respeto, de consideración hacia los otros, siempre a través de la pintura.
Iturria habla, explícitamente, de la necesidad de la esperanza y de la fe, y no sólo en un sentido religioso. Esperanza en que las cosas mejorarán, fe en que lo auténticamente positivo acabará abriéndose camino. Naturalmente, esos aspectos se aplican de un modo primordial al compromiso con la propia obra. Un artista que no cree hasta el fondo de sí mismo en lo que hace, difícilmente llegara a plasmar nada importante. En Iturria destaca la convicción en el trabajo propio, la creencia y persistencia en el valor de la propia obra. En ese sentido, él mismo alude al ejemplo de Pablo Picasso.
Habría que hablar propiamente de utopía. Que, como señala Ernst Bloch, inicia su vuelo siempre a partir del territorio más oscuro y desesperanzado. De la utopía de una persistencia de la infancia en el arte, a pesar de la asunción convulsiva y luego tranquila de la madurez. Y desde esa utopía: seguir siendo niños, ser capaces de cuestionar el orden habitual de las cosas. Porque utopía, además de fabulación de un no lugar, es en primera instancia negación de lo existente, rechazo del mundo establecido.
Con la precisión del detalle, que fija sus mínimos gestos o muecas, los habitantes de este territorio sin lugar parecen flotar en un sueño. Aunque, siendo más precisos, habría que hablar de ensueño. Si es verdad que en ocasiones podamos pensar en pesadillas, incluso en sueños angustiosos, los personajes de Iturria se relacionan más con el soñar despierto, con la fantasía diurna, que tiene un papel tan decisivo en la actitud de rebeldes, inconformistas, poetas o filósofos. Porque el ensueño deriva de modo directo de nuestro asombro frente al mundo. De la pregunta de por qué, en lugar de no ser, las cosas son. Del cuestionamiento acerca de por qué son así, y no de las otras muchas maneras posibles.
Aun cuando a veces parecieran caer, los personajes de Iturria siempre suben, ascienden, encarnando así una dinámica ascensional, de utopía, de esperanza. En sí mismos y en los demás Y eso a pesar de que el punto de partida de su movimiento sea casi siempre una experiencia de soledad perpleja.
La dimensión tiempo: la retención estética del instante de plenitud o de incertidumbre, plasmado en la obra como presente activo y constante, desempeña un papel fundamental. Los personajes emergen del mundo del juego, en el reflujo de la memoria, potenciado en cuadros y objetos hasta el infinito. En el juego de la pintura, todo se hace viable, con las mismas piezas del recuerdo retenido desde la infancia y sometido a la rueda sin fin de las metamorfosis de la imaginación.
En el "universo Iturria", todo es posible. Los objetos cobran vida propia y adoptan formas animales. Los hombrecitos con cara de sorpresa pueden convertirse en pájaro o en elefante. Los animalitos, en seres dotados de inteligencia y comprensión del drama humano. Los soldaditos, en signos del misterio y de la soledad del juego. Los ciclistas de juguete, de goma o plástico, pintados de brillantes colores, o incluso su mera sombra, corren con nosotros una carrera, una prueba, que lleva en su meta hasta el cielo, como en la rayuela.
4. El protoplasma incorporativo del americano.
Pero volvamos de nuevo a los múltiples factores que sobredeterminan la plasmación de un universo plástico propio en Ignacio Iturria. Que sea un artista uruguayo, latinoamericano, implica que en su obra toma cuerpo un complejo entramado de síntesis, de entrecruzamientos.
Con su profundo conocimiento del arte universal, Ángel Kalenberg sostiene que la dinámica del arte en América Latina se caracteriza por la capacidad de apropiarse de todas las "formas" generadas en otros contextos culturales, pero cambiando y subvirtiendo sus "sentidos". Esa dinámica de apropiación subversiva es consustancial al proceso de formación de un lenguaje propio en Ignacio Iturria.
El primer "cruce" tiene que ver con la figura del padre que, en este caso, transmite la imagen mítica, como relato de sentido trascendente, de las raíces familiares, fundida con el empleo de la pintura como su mejor o más importante vía de plasmación. El propio Iturria (1995, 29) lo ha recordado al ser preguntado por sus primeros contactos con la pintura: "Cuando vivíamos en el Cordón, en una casa con patio con claraboya, de dos pisos, y en las paredes mi viejo había pintado escenas del País Vasco, de los antepasados, esa fue la primera impresión."
Siendo la pintura, en su origen, un arte "europeo", Iturria decide viajar a Europa, a España. El viaje a la raíz de la pintura se funde con el viaje a la raíz familiar. Y con el viaje a lo mejor de la cultura española del siglo XX: la figura del gran poeta Antonio Machado se superpone a la imagen del padre. Resulta curioso, no obstante, que en lugar de establecerse en el País Vasco, la tierra de sus antepasados, Iturria eligiera Cataluña, Cadaqués, donde viviría entre 1977 y 1985.
En esa hermosísima villa del Cabo de Creus, que atrajo también a algunas de las personalidades más significativas del arte de nuestro siglo, como Pablo Picasso, Salvador Dalí o Marcel Duchamp, entre tantos otros, Iturria se empapó de la luminosidad mediterránea. De sus propias manifestaciones, trasciende que se trató de un periodo sumamente feliz, donde todo fue sencillo. Una especie de pequeño paraíso.
La exaltación intensa del blanco transmite mejor que nada esa sensación de bienestar, que impregna la pintura de Iturria en el paso de los setenta a los ochenta. En ese blanco espejo de la pureza, de la transparencia, trasunto de la intensa luz mediterránea, la mujer: la esposa y la madre, ocupa el centro de gravedad de la obra. Pero a pesar de las grandes diferencias estilísticas y de sentido con lo que acabará siendo su lenguaje maduro, se advierten ya en las obras de este momento dos aspectos que serán también decisivos en el itinerario posterior: la gran destreza en la estructuración geométrica del espacio y la importancia que se concede a la soledad del personaje.
En los años inmediatos, Iturria se apropió de la tradición pictórica española y, lógicamente, estableció una comunicación con los artistas contemporáneos. El grupo Dau al Set y el, para mí, mal llamado "Informalismo" se convierten en referentes de su trabajo. Digo que Informalismo me parece y me ha parecido siempre una categoría teórica y crítica inconsistente, porque la ausencia de figuración no implica en ningún caso ausencia de forma. Sea como fuere, la huella y la presencia, integrada, trascendida, de Antoni Tàpies o de Antonio Saura, entre otros, pueden sin duda apreciarse en esos momentos iniciales de la obra de Ignacio Iturria, en la que no dejan posteriormente de operar como trasfondo.
Habrá que esperar, no obstante, a la vuelta a Montevideo para que Iturria alcance un lenguaje propio, su madurez expresiva. La síntesis surge de un contraste: Cadaqués y Montevideo, la luminosidad mediterránea y la luz tamizada, difusa, plomiza, de la capital uruguaya.
Si España significaba un viaje a los orígenes, Uruguay se llevaba dentro, en el subconsciente: "El Mediterráneo tiene una tradición luminosa, es un concepto diferente al que puede ser el nuestro. Al Uruguay yo lo veo metido más dentro de la cosa cotidiana, de una cosa más sobria, poco luminosa. El mar marrón de alguna manera está presente en el subconsciente" (Iturria, 1995, 31). Con lo que, de nuevo, volvemos a pensar en Juan Carlos Onetti, en el denso cromatismo oscuro de sus narraciones. Pero también en su ironía punzante, en su intenso sentido del humor.
Ese rasgo: el sentido del humor, la ironía aplicada antes que a nadie a uno mismo, lo he percibido como un rasgo característico de la cultura uruguaya. En la obra de Iturria aparece una vez y otra en las expresiones de sorpresa y en las situaciones ridículas en que se ven envueltos sus personajes. Transmite una condición existencial que parece provenir de un necesario "ajuste de cuentas" con todo tipo de retórica grandilocuente. Algo que los nacionalismos conservadores han convertido en práctica habitual en América Latina.
En Iturria despunta, en cambio, el amor por las cosas sencillas. Por ese antihéroe platense, por ejemplo, el alguacil de juzgado Ulises Pérez, un personaje que Iturria toma de la novela del escritor uruguayo contemporáneo Napoleón Baccino Ponce de León Un amor en Bangkok (1994). Ulises Pérez es un perdedor que se esconde en el cuarto de baño para fumar "como Humphrey Bogart", algo que la familia y los compañeros de trabajo le prohiben severamente tras haber sufrido un segundo infarto.
El viaje: físico y mental, de ida y vuelta, entre América y Europa es un rasgo recurrente en las muy distintas vertientes del arte de América Latina, que favorece su potencia de hibridación, la fuerza de su mestizaje, su capacidad de integración universalizadora. Lo que el gran José Lezama Lima (1957, 183) llamó "esa voracidad, ese protoplasma incorporativo del americano".
Es un rasgo característico de los artistas uruguayos, empezando por el pionero Juan Manuel Blanes (1830-1901), el magnífico pintor autodidacta del diecinueve que da inicio a la tradición plástica del país oriental. El viaje de ida y vuelta tiene también una importante función en los tres nombres más significativos del arte uruguayo en la primera mitad de nuestro siglo: Pedro Figari (1861-1938), Joaquín Torres-García (1874-1949) y Rafael Barradas (1890-1929). Estos dos últimos, particularmente ligados a España.
Huyo como de la peste de ese lenguaje crítico banal que trata de explicar la obra de un artista a través de las influencias recibidas. Pero sí creo, en cambio, importante identificar el proceso de continuidad en las formas que nos permite apreciar cómo un artista cristaliza su propio lenguaje en comunicación con la tradición recibida, a la que él es plenamente fiel sólo cuando la trasciende.
Si en ese diálogo subterráneo la obra de Iturria no habla, al menos hasta el momento, con la de Rafael Barradas, su comunicación con Figari y con Torres-García es bastante significativa. En relación con este último hay que situar la transposición de su estructura constructiva, algo que se advierte en el orden interior de articulación del espacio que caracteriza todas las obras de Iturria.
Y quizás, también, en otro aspecto menos evidente a primera vista. Me refiero a la proliferación expresiva de Iturria, a ese impulso a pintarlo todo, a apropiarse de cualquier soporte, eco a la vez de un cierto horror al vacío, del miedo a la desintegración que este conllevaría, y de esa acumulación de imágenes en la cuadrícula constructiva de Torres-García, que parece eliminar el vacío plástico como mero signo de cansancio o distracción.
Hablando estrictamente de Iturria, se trata de una cuestión bastante central y que, además de en sus obras, se percibe al entrar en su taller. Iturria ha señalado que el cuadro solitario queda como aislado, descontextualizado, del universo al que pertenece. En sentido contrario, el amontonamiento y superposición puramente accidental de las obras en el taller permite un juego interactivo entre ellas y el pintor, que se convierte así en espectador sorprendido de su propio trabajo. Amontonadas o superpuestas, las pinturas dejan ver fragmentos insólitos que, a su vez, desencadenan incitaciones para nuevas obras. No hay muros, ni lienzos, ni maderas, ni cartones, ni papeles, vacíos. Todo se ocupa en el gesto expansivo, apropiativo, de la pintura.
Ese taller, configurado por el abigarramiento, el exceso y la acumulación, es igualmente un signo de la voluntad de no perder nada, de guardarlo todo, de coleccionar. Un signo de un (añorado) mundo sin pérdidas, expresión de la voluntad utópica de la integración y la acumulación sin fin. Algo que nos remite, una vez más, a la infancia, al deseo del niño de conservar y apropiarse de todo lo que le rodea. Iturria (1995, 35) ha hablado del "desorden provocativo" de su estudio. Lo que provoca es esa incitación personal a la creación que despliega la continuidad expansiva de su trabajo. Pero todo ello es, también, un signo de su carácter, de su generosidad abierta y activa, acumulativa con las obras, cosas y objetos, respetuosa con las personas.
El diálogo con la obra de Pedro Figari es de otro tipo. A diferencia de los espacios abiertos tan característicos de Figari, la pintura de Iturria es, como ya señalé, en una serie de sentidos convergentes, pintura de interiores y, además, de temática casi exclusivamente urbana: casas, edificios, medios de transporte, interiores y objetos domésticos, juguetes... El empleo del color tambien es bastante diferente en ambos.
Y, sin embargo, hay una intercomunicación asimilativa en el sentido de la escenificación y articulación de los personajes, que en Figari aparecen siempre como actores de un ritual o de un drama existencial, y en Iturria como personajes de una trama tejida con la memoria y la imaginación. También puede encontrarse en Figari, en el paisaje abierto de la pampa, la figura cercana del animal solitario, tan relevante en el "mundo Iturria".
Pero me gustaría indicar aún un último aspecto de "esa voracidad incorporativa del americano", de que hablaba Lezama Lima, y que en Iturria, en su capacidad universalizadora de integración, se manifiesta de un modo ejemplar. Hablaría en este caso no tanto de continuidad de las formas, como de correspondencia en la imagen, haciéndome de nuevo eco de Lezama Lima, aunque refiriéndome ahora a otro aspecto de su pensamiento.
Se trata de esa sintonía interior que se produce entre obras literarias, musicales o artísticas, sin que tenga que existir un previo conocimiento mutuo, y que muestra intensas analogías entre ellas, más allá de las diferencias culturales, o de tiempo y espacio. Una correspondencia en la imagen como ámbito de modulación de las dimensiones más profundas del pensamiento, la sensibilidad y las representaciones humanas.
En ese ámbito, yo encuentro una resonancia acentuada entre las obras de Franz Kafka e Ignacio Iturria. A Kafka no le hace justicia el banal adjetivo "kafkiano". Frente a una visión más tópica, además del profundo desgarramiento trágico de su escritura, hay en su obra una presencia de la ternura y del humor como forma de compartir, que permite establecer una significativa correspondencia con el mundo plástico de Ignacio Iturria.
Entre 1917 y 1918, Franz Kafka fue anotando una serie de meditaciones editadas después de su muerte con el título Consideraciones acerca del pecado, el dolor, la esperanza y el camino verdadero. En una de ellas, podemos leer: "El camino es infinito, no hay nada que quitar, nada que añadir y, sin embargo, cada uno agrega todavía su propia vara infantil." (Kafka, 1917-1918, 33).
La obra y la vida de Kafka se caracterizan por una voluntad de seguir manteniendo aquellos ideales y exigencias que fijamos cuando somos niños, y que en la mayor parte de las casos se abandonan al hacernos adultos, como una forma de ser "realistas", de establecer una aceptación pragmática de "la realidad". El niño, en cambio, es exigente y rechaza de un modo tajante la mentira.
El niño Kafka es el que establece esa autoexigencia sin fisuras que se proyecta en toda su vida y en su obra. Que resuena intensa y acusadoramente en la terrible Carta al padre o en La condena. Kafka no dejó nunca de mirar el mundo con ojos de niño. El 24 de diciembre de 1911, anota en su Diario: "De niño tenía miedo, y si no miedo, una sensación de incomodidad cuando mi padre, como solía hacer a menudo en su cualidad de hombre de negocios, hablaba de 'final de mes' o de 'a últimos'. (...) así la expresión 'fin de mes' fue siempre para mí un desagradable misterio, al que se añadió, cuando presté mayor atención, la expresión 'a últimos', aunque jamás con una significación tan destacada." (Kafka, 1910-1923, I, 180).
La persistencia de la vara infantil, como forma de mirar y de "medir" el mundo, de exigir en definitiva frente al conformismo adulto, está en la raíz de las metamorfosis, de las transposiciones en los pequeños seres y animalitos que pueblan el universo literario de Kafka: perros, insectos, ratones, monos... En esos espejos diminutos, la mirada crítica muestra la falsedad, la prepotencia y el carácter destructivo de las pasiones humanas. Y lo hace sin sentimentalismo y, a la vez, con una actitud de compasión en el sentido más profundo de la palabra. Con la consciencia de que lo que verdaderamente nos une como seres humanos es la experiencia del sufrimiento compartido.
Desde unos presupuestos distintos, y en un contexto también diferente, la obra de Ignacio Iturria está atravesada por un sentido similar de la compasión. No sólo hacia las personas, también hacia los animalitos y las cosas. Su trabajo opera en los márgenes de una poética de lo pequeño, de lo ínfimo, que en su dimensión sutil nos conduce hacia los espacios de levedad estética que constituyen uno de los rasgos decisivos del arte de nuestros días. Un arte en el que cada vez va quedando menos lugar para lo solemne o lo pretencioso, con toda su carga de autoritarismo.
Los personajes de Iturria son seres y objetos empequeñecidos por la acción de la memoria y la imaginación. Los hombres son siempre "hombrecitos"; las mujeres, "mujercitas". Que, en cambio, contrastan con las dimensiones gigantes, fuera de escala, de los objetos. Es el resultado, obviamente, de seguir mirando como un niño a través de los ojos de la pintura. Para el niño los objetos tienen unas dimensiones siempre mayores, aumentadas, en referencia a su propio cuerpo.
El niño, incluso, ve las cosas desde ángulos y perspectivas que ya de adultos se hacen imposibles, como hace notar el propio Iturria (1995, 32): "Hoy vemos la mesa desde arriba, pero cuando eras chico la veías de abajo y ahí había todo un espacio, todo un espacio plástico".
Hay, además, otro aspecto a tener en cuenta del que encontramos una clave interesante en La ciudad sin nombre, el hermosísimo libro de texto manuscrito y dibujos publicado en 1941 por Joaquín Torres-García. En él, podemos leer: "Voy por la ciudad. Su perspectiva no corresponde a la de otras ciudades. Hay que modificar las dimensiones. Lo que en otras es ancho, aquí es alto. Esto la hace más sombría." Esa ciudad sin nombre, y donde lo alto predomina sobre lo ancho es, obviamente, Montevideo.
Aparte de la indicación de un cromatismo sombrío, oscuro, que como ya señalé también tiene su eco en la obra de Iturria, la visión constructiva de Torres-García nos advierte sobre otra característica central de la capital uruguaya: su elevación. Paseando por Montevideo, uno advierte de forma inmediata que en las viviendas antiguas los pisos tienen una altura desmesurada, llegando hasta los cuatro o cinco metros. Hasta el punto que en reformas actuales es corriente habilitar dos pisos a partir de uno antiguo.
La vivienda familiar, de niño, de Ignacio Iturria era uno de esos viejos caserones transformados en casas de vecindad. Así que el tamaño de las habitaciones y la altura de los techos, que contribuyen a dar una configuración espacial tan característica a su pintura, deben también ponerse en relación con esa experiencia seminal de la niñez.
En ese enorme, desmesurado, territorio del juego, el niño encuentra su identificación con los pequeños objetos y con los juguetes, diminutos como él. Los muebles se convierten en la orografía del paisaje de ensueño, en las montañas a explorar o en los lugares donde ocultarse y buscar refugio, sobre todo de la mirada adulta. A las piezas del juego no sólo se les confiere vida propia, sino que se les hace experimentar las metamorfosis de la imaginación. Con lo que encontramos un nuevo paralelismo con Kafka: "cuando eras chico vivías mucho adentro de la casa y jugando a los soldaditos y a los distintos elementos que introducías arriba de los muebles, los transformabas en dinosaurios, los transformabas en bichos, jugabas abajo de las mesas." (Iturria, 1995, 32).
Ese juego, solitario y ensimismado, no es banal. En él, el niño hace sus primeras experiencias del riesgo, de la posibilidad continua de la caída y del fracaso, del dolor. Lo que hace que la obra de Iturria, en la que la ternura ocupa un espacio importantísimo, no derive nunca hacia el "ternurismo" o la "sensiblería" es, precisamente, que el juego: su recuperación en el recuerdo, vivir, pintar, se asume seriamente. A fondo. Con todas sus aristas.
5. ¿Quién soy yo...?
Además del juego de la imaginación, la otra gran potencia creativa en la pintura de Iturria es la memoria. Unificadora de los recuerdos, siempre fragmentarios y volátiles, la memoria construye un entramado, una especie de tela de araña, que remite al trasfondo de todo lo que se vive como experiencia, presente y futura, y es fijado en el espacio de la representación. No sólo para ser visto, también para ser recordado.
En ese espacio brota la pregunta radical, que todo ser humano se plantea con intensidad mayor o menor, y que en el arte de Ignacio Iturria es absolutamente constitutiva. La pregunta de las preguntas. ¿Quién soy yo?. La pregunta por la identidad.
En su raíz más primaria, aparece la trama familiar: yo soy la familia. Aquella de donde provengo, la que constituyo, y la que derivará de mí. El individuo es una pieza, eso sí: única, un eslabón de una cadena de relaciones consanguíneas y de afinidad que van dando forma a las experiencias centrales de la vida: nacimientos, aprendizaje en la escuela, adolescencia, matrimonios, hijos, nietos, muerte. El ciclo vital como circularidad de la existencia, como permanencia del ser en el trasfondo del devenir.
Luego vienen los países y las historias, los desplazamientos humanos y la voluntad de echar raíces, de asentarse. España constituye un telón de fondo, un origen que, a través del viaje del padre, encuentra su prolongación en Uruguay. El hijo que vuelve al país del padre cierra con su retorno el círculo de la vida hecha tiempo. Yo soy Uruguay porque soy España. Y por eso el viaje, el nomadismo, sólo termina al asentarse definitivamente en Uruguay.
Finalmente, en un tercer plano, yo soy la historia convulsa de América Latina, y de España en el recuerdo y la raíz. La historia de las guerras fratricidas, las dictaduras, el sufrimiento humano, los muertos con violencia, los desaparecidos. Los que ya no están siguen vivos en la memoria. A través de su muerte se produce la regeneración de la vida. Muerte y vida tienen, así, una fluida continuidad en la tierra.
Esta dimensión existencial dota a la pintura de Iturria de un sentido de trascendencia y compromiso con los seres humanos que considero sumamente importante. Los personajes de sus cuadros y objetos pintados: solitarios o miembros de un universo colectivo, plantean siempre la cuestión de la identidad, entre la individualización y el anonimato.
En los cuadros de grupos, encontramos un procedimiento formal que se aproxima a la recreación pictórica del mosaico. El lienzo se llena con pequeñas piezas, como teselas, cuyas faltas o huecos permiten ver el efecto inacabado, la imposibilidad de terminar o consumar plenamente la obra. A la vez, las piezas singulares se integran en el todo. Uno y muchos constituyen una unidad que es, al mismo tiempo, signo de identidad colectiva y de anonimato.
Por otra parte, esas teselas pictóricas son también registro en el lienzo de la huella y el aura de la fotografía, en su vertiente personal: de retrato. La foto de carnet o la foto del álbum de recuerdos. Por ello, vistas desde el ahora, las imágenes adoptan el colorido apagado, gris o marrón, que el paso del tiempo imprime en las viejas fotografías. Un colorido que coincide también con el que la memoria filtra los recuerdos del pasado.
"Exposición de Iturria en el Museum of Art de Boca Raton" (USA, 2004).
Boca Raton Museum of Art Announces Ignacio Iturria Exhibition
Boca Raton, FL – The Boca Raton Museum of Art is pleased to announce Ignacio Iturria: Everything Has A Face from September 8 through November 7, 2004. More than 50 paintings and mixed media constructions by Uruguayan painter Ignacio Iturria (born Montevideo 1949– ), one of South America’s most imaginative artists, will be on display. Creator of a most unusual world, Iturria observes with humor and irony the characters, objects and situations of modern man. Genre scenes from the most absurd to the most sublime — odd interiors where proportion is ignored, figures doing basic and banal functions, and a child’s array of toy soldiers and figurines in the endless sequence of everyday life. In paintings of room interiors replete with furniture and domestic objects, the works often border on installation, where manipulated images become three-dimensional acrylic and papier-mâché objects creating hybrid paintings that confuse spatial perception and hover between painting and sculpture.
Iturria represented Uruguay at the LVI Venice Biennale in 1995, winning the “Casa di Risparmio” Special Prize, and today is included in museum collections internationally. The exhibition is organized by the Boca Raton Museum of Art, and is guest curated by Wayne Baerwaldt, Director of The Power Plant Contemporary Art Center, Toronto. The exhibition is funded in part by a generous grant from the Praxis Foundation.
Three other exhibitions will be on display at Museum at the same time as Iturria’s. Sequined Surfaces: Haitian Vodou Flags, Haitian Painting from the Candice Russell Collection, and In Praise of Hands: Southwest American Indian Tribal Crafts
"Ignacio Iturria: la elaboración de la memoria", por Miguel A. Muñoz (Revista Agulha Sao Pablo, Brasil 2002).
Ignacio Iturria (Montevideo, Uruguay, 1949) es uno de los pilares más sólidos del arte vanguardista de las últimas décadas. En su obra, Iturria va dando pautas no usuales en el tratamiento de la materia y el espacio. Parece existir siempre la intención de proyectarse desde y hacia dentro. Lo material suele aparecer ligero, flotante, aéreo; la lectura de lo mostrado tiende a estimular lo íntimo o poético de cada pieza que nos mira aferrada a su propio y complejo espacio. Las esencias parten de la propia materia vital y adoptan estructuras construidas a partir de la atmósfera que las genera. Iturria trabaja un proceso temporal de múltiples elementos cuyo eje central son formas simbólicas que tienen vida inherente en su propia esencia matérica. No se trata, a mi juicio, de oprimir lo creado al tiempo absoluto sino de dejarlo dentro de su misma evolución creativa.
El cordero, Noche feliz y Más allá volando son obras que comparten puntos surrealistas, sobre todo con Paul Delvauy (simplemente en lo poético-pictórico, más que en lo conceptual de su significado), en el impenetrable ensimismamiento roturado de indiferencia, convirtiendo estas piezas en realidades inalcanzables que mantienen el enigma como esencia significativa. Pero tal vez lo fundamental sea el proceso constante de configuraciones que admite en el rigor de su lógica la sorpresa y en la composición prevé la irrupción de lo turbador e intelectual dentro de cada atmósfera plástica. De los trabajos de Iturria se puede decir que no pertenecen al minimalismo, a pesar de su patente preferencia por las figuras elementales (rostros inconclusos, cuerpos sin identificar); no forman parte tampoco del programa conceptualista, aun cuando el concepto - y quizá la filosofía misma, o más bien el pensamiento conceptualista moderno - desempeñe en ellas un papel fundamental; no constituyen necesariamente instalaciones, aunque muchas veces adopten esa forma; no se trata de representaciones teatrales ni de requisitos para formarse, aun cuando a Iturria no se deban propuestas diversas en ese ámbito y a pesar de la cuidadosa puesta en escena en la que se despliega cada una de sus piezas; y, en fin, no se adscriben al universo conceptual, aun cuando todas esas atmósferas que la envuelven (y aunque el propio artista, bajo su crítica inteligencia, las revista de modo genealógico) puedan remitir sin dificultad a cierta sensibilidad kitsch, irónicamente ubicada entre lo alucinatorio y lo sublime.
Son obras que comparten puntos surrealistas, sobre todo con Paul Delvauy (simplemente en lo poético-pictórico, más que en lo conceptual de su significado), en el impenetrable ensimismamiento roturado de indiferencia, convirtiendo estas piezas en realidades inalcanzables que mantienen el enigma como esencia significativa. Pero tal vez lo fundamental sea el proceso constante de configuraciones que admite en el rigor de su lógica la sorpresa y en la composición prevé la irrupción de lo turbador e intelectual dentro de cada atmósfera plástica. De los trabajos de Iturria se puede decir que no pertenecen al minimalismo, a pesar de su patente preferencia por las figuras elementales (rostros inconclusos, cuerpos sin identificar); no forman parte tampoco del programa conceptualista, aun cuando el concepto - y quizá la filosofía misma, o más bien el pensamiento conceptualista moderno - desempeñe en ellas un papel fundamental; no constituyen necesariamente instalaciones, aunque muchas veces adopten esa forma; no se trata de representaciones teatrales ni de requisitos para reformarse, aun cuando a Iturria no se deban propuestas diversas en ese ámbito y a pesar de la cuidadosa puesta en escena en la que se despliega cada una de sus piezas; y, en fin, no se adscriben al universo conceptual, aun cuando todas esas atmósferas que la envuelven (y aunque el propio artista, bajo su crítica inteligencia, las revista de modo genealógico) puedan remitir sin dificultad a cierta sensibilidad kitsch, irónicamente ubicada entre lo alucinatorio y lo sublime.
En su propuesta escultórica, trabajos en torno a algunos de los temas favoritos de Iturria: la "imaginación", el ser y los significados. Toda esa larga serie de esculturas-objetos "imaginarios" que a lo largo de los años ha venido construyendo deriva, en parte, de una posición meditada en la que se involucra no sólo una determinada interpretación del arte sino una quimera del mundo como el enigma principal al que el artista se debe enfrentar. De ahí su viejo proyecto interrogativo, un pensamiento donde lo importante sería la búsqueda de las "sorpresas", no de respuestas imperfectas. Desde luego, tales ideas no tienen mucho que ver con nada auténtico sino más bien con esa actitud de asombro cósmico, de pura contemplación de una totalidad sin discurso racional. Se agita y se mezcla al puño que lo apretaría, un destino y los vientos; ser otro. Espíritu para lanzarlo en la tempestad; refleja su división y pasa altivo separado del secreto que detenta.
Estas líneas de Mallarmé se refieren a la nostalgia de un destino, de un tiempo mítico. Se explica, por tanto, el enfático hermetismo que domina todas y cada una de las obras de Iturria. Más que los ecos desviados de los límites entre magia y fantasía, lo que en el arte de Iturria resuena con ironía es aquello que el pensamiento, quizá no del todo, ha decidido dejar atrás: cierta experiencia de perplejidad elemental, cierta voluntad de unicidad absoluta, de potencia estética incuestionable, cierto resplandor silencioso, desafiante, desde la opacidad de los objetos, o cierta pureza básica, como la que sólo imaginamos en la nada, como la de cualquiera de esas mesas con cabezas que están aún fatalmente indefinidas, enigmáticamente contradictorias, con las que Iturria nos sigue interrogando. Iturria, que es, con todo, un caso excepcional en América Latina, ha transitado con éxito los caminos vanguardistas del arte (no importa repetirlo varias veces), lo ha hecho porque posee una visión del mundo ligada a determinadas proyecciones y pulsiones estéticas, y porque su lenguaje poético-pictórico está en él trabajado por un sentido de la invención que no es lúdica sino "trágica", y que se desvía, por tanto, de las estrategias del ingenio. La pintura se vuelve lenguaje, se concreta en las atmósferas y se articula. Sinónimo inamovible. Traducción irreemplazable. Universo inseparable: el que pinta y el que observa. Esta concepción literaria se plasma en la construcción, pero no necesariamente con claridad y soltura. Lo sorprendente de su obra son los múltiples temas que abarca: interiores domésticos, trenes, barcos, retratos diminutos, referencias propias y animales. El universo se convierte en almacén vasto de cosas heterogéneas. Es decir, cada objeto se forma y se transforma en diversas imágenes: él mismo es ritmo perpetuo. El sesgo plástico es siempre irónico, pero al mismo tiempo desencantado y anhelante. La pintura es distinta, metamorfosis, operación alquímica. Sueño inverso y simultáneo, memoria y juego que sugiere formas.
Estupefacción, sorpresa, aparición, que se abren tras cada mirada sobre la obra de Ignacio Iturria. Mi asombro es caída y ascensión; temor y sospecha. Movimiento contrario. Estas interpretaciones se van transformando ante el empleo de una paleta que sugiere movimientos contrarios: diálogo aparente, signo y tiempo, juego de la memoria. La ambivalencia de los cuadros de Iturria provocan arte, objetos únicos, imágenes que podemos transformar, traducir, invocar. Es verdad, nuestra mirada se descubre ante signos lingüísticos, síntomas de lo moderno y lo antiguo. Desconozco el mito de la modernidad. Pero estoy cierto de que el arte es desplazamiento de valores más allá de su forma durable. Concepto intercambiable: transformación crítica y mágica. Hay un principio estético que lo genera todo y su reflejo se repite en cada obra de Ignacio Iturria Ese fundamento se convierte en significados vacíos y silentes en los que la tela impoluta pasa a ser mero soporte de determinados contenidos a transformarse en espacios de emoción, gracias a líneas que, desde atrás, abomban la tela. Estos trazos, que se presentan como invisibles vértices geométricos, provocan una combinación de figuras o, mejor, unos caminos de luz sobre la superficie de la obra que, como consecuencia de este proceso, se convierten en auténticos acontecimientos pictóricos. son obras que comparten puntos surrealistas, sobre todo con Paul Delvauy (simplemente en lo poético-pictórico, más que en lo conceptual de su significado), en el impenetrable ensimismamiento roturado de indiferencia, convirtiendo estas piezas en realidades inalcanzables que mantienen el enigma como esencia significativa. Pero tal vez lo fundamental sea el proceso constante de configuraciones que admite en el rigor de su lógica la sorpresa y en la composición prevé la irrupción de lo turbador e intelectual dentro de cada atmósfera plástica. De los trabajos de Iturria se puede decir que no pertenecen al minimalismo, a pesar de su patente preferencia por las figuras elementales (rostros inconclusos, cuerpos sin identificar); no forman parte tampoco del programa conceptualista, aun cuando el concepto - y quizá la filosofía misma, o más bien el pensamiento conceptualista moderno - desempeñe en ellas un papel fundamental; no constituyen necesariamente instalaciones, aunque muchas veces adopten esa forma; no se trata de representaciones teatrales ni de requisitos para reformarse, aun cuando a Iturria no se deban propuestas diversas en ese ámbito y a pesar de la cuidadosa puesta en escena en la que se despliega cada una de sus piezas; y, en fin, no se adscriben al universo conceptual, aun cuando todas esas atmósferas que la envuelven (y aunque el propio artista, bajo su crítica inteligencia, las revista de modo genealógico) puedan remitir sin dificultad a cierta sensibilidad kitsch, irónicamente ubicada entre lo alucinatorio y lo sublime.
"Un Elefante llamado Ignacio", por Juan Carlos Rivas para El Diario de Hoy (El Salvador, 2004).
Si como artista resultara un ser humano admirable y talentoso, como ser humano
resultaba ser un artista de la sencillez, de la convicción y de la constancia.
Juan Carlos Rivas
Conocí su trabajo en la década del 90. Recuerdo dos muebles viejos; uno era una especie de armario, cuyas gavetas estaban saturadas de gente, un cuadro oscuro tratado con grises y marrones y donde sobresalían, de manera genial, las sombras.
El otro era una cocina doméstica, en el interior muchos personajes dramáticamente juntos, revueltos, atrapados. De pronto, un detalle surrealista o un magistral acento de humor cambiaban radicalmente el sentido de la historia.
Sin embargo, en uno y en otro, el uso de símbolos: el elefante, las sombras, las superficies y los espacios, los novios, etc. establecen el sello de su estilo maduro y contemporáneo. Una mezcla moderna de fantasía, urbanidad y humanidad.
Iturria transforma las proporciones (camas, armarios gigantes y seres humanos mínimos). “Es el existencialismo llevado a sus últimas consecuencias”, dijo Ángel Kalenberg, director del Museo de Bellas Artes de Montevideo, Uruguay.
Y es precisamente de su natal Montevideo y Buenos Aires de donde toma sus personajes: “bailarines, gauchos, soldados, jugadores de fútbol, uniformados chicos de escuela, amantes abrazados; a todos Iturria los pinta posando o reposando en mateles o gigantescos sofás que se convierten en paisajes”, reseñó Edward Gómez, de The New York Times.
Sobre el artista
Ignacio Iturria nació en Montevideo, Uruguay, pero su origen familiar se remonta al País Vasco. Criado en la capital uruguaya estudia ilustración y diseño gráfico antes de dedicarse de lleno a la pintura y a las bellas artes. Vivió mucho tiempo en el Mediterráneo, Cadaqués, donde evolucionó dramáticamente su formación como artista. De ahí su periodo español.
Para 1995 participa en la Bienal de Venecia, uno de los certámenes artísticos más importantes del mundo, y gana el Premio Especial. En 1998 gana la Bienal de Cuenca, Ecuador, y la Bienal del Grabado de San Juan, Puerto Rico.
Comienza otro periodo junto a la fundación Praxis en Nueva York y sus galerías en Sur América.
Ha expuesto individualmente en la Sexta Bienal de La Habana, Cuba; en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, en el Museo de las Américas de Puerto Rico y en el Museo de Arte de North Dakota, Estados Unidos.
En 1998 realiza una importante muestra que incluyó pinturas, esculturas y construcciones en técnica mixta en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, Argentina.
Esta exposición luego viajó al Museo Rufino Tamayo de la ciudad de México, y en 1999, al Museo de Monterrey, en ese mismo país.
Para finales del 2003 es invitado a El Salvador por la Fundación Paiz de Guatemala, como jurado de la II Bienal de Escultura, Pintura, Fotografía y Arte Alternativo Paiz-El Salvador.
"Ignacio Iturria", Fuente FiaCaracas.com (Venezuela, 2000).
Ignacio Iturria
Ignacio Iturria nació en Montevideo, Uruguay en 1949 en el seno de una familia de seis hermanos, pasó su infancia en el barrio del Cordón en una casa con el característico patio de claraboyas. Estudió ilustración publicitaria y diseño gráfico antes de dedicarse de lleno a la pintura y las bellas artes. El orígen familiar de Iturria se remonta al País Vasco, en el norte de España. En 1977, resuelto a ser pintor, viaja a Europa y reside muchos años en una ciudad de la costa mediterránea, cerca de Barcelona. Marcado por la sobriedad uruguaya, se encuentra allí con una vida festiva, con el color. Con otro idioma pictórico que había que aprender a hablar, para poder comunicarse. Son varios años de salidas y viajes de encuentro con nuevas pinturas, con nuevas personas, pero inevitablemente regresa a su tierra natal. A través de los años, el arte de Iturria ha evolucionado de manera dramática desde los dibujos traviesos de sus primeros años de artista hasta las austeras y blanqueadas imágenes de su período español. Desde entonces, el artista ha desarrollado su estilo maduro, con un fuerte y personal vocabulario de colores terrosos y unos personajes de ensueño y fantasía, cargados de historia y provocadores de recuerdos, que hoy conocemos como el cuño indeleble de su arte poético y humanístico. Iturria ha exhibido su trabajo a lo largo y ancho de América Central y del Sur, así como en Estados Unidos y Canadá, en Europa y en Japón. En 1995 ganó un importante premio en la Bienal de Venecia. Durante los últimos años, además de sus habituales exposiciones individuales y de grupo en las galerías de la Fundación Praxis en Nueva York y América del Sur, al igual que en las ferias de arte, la obra de Iturria ha sido objeto de exhibiciones individuales en la Sexta Bienal de La Habana, en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, en el Museo de Las Américas de San Juan, Puerto Rico, en el Centro de arte Plug-In de Winnipeg, Canadá y en el Museo de Arte de North Dakota, entre otros. En 1998 realizó una importante exposición de su obra que incluyó pinturas, esculturas y construcciones en técnica mixta, en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires. Muestra que viajó al Museo Rufino Tamayo de la Ciudad de México y luego en 1999, al Museo de Monterrey. Desde la primera edición de la Feria Iberoamericana del Arte fia la obra de Iturria, se hizo familiar para el público caraqueño, convirtiéndolo en uno de sus favoritos. |
Ignacio Iturria
Cubiertos de uso diario, 1995
Oleo/tela
85 x 100 cm
“ ... Su obra tiene un marcado acento anticlásico, por su deliberada voluntad de ignorar las proporciones de los elementos de cada cuadro, (sofás y mesas y camas y armarios gigantescos, seres humanos mínimos), cuadros en los que el único rastro sobreviviente de aquel racionalismo son los armarios, pues podrían ser considerados como pretextos para instaurar un orden de verticales y horizontales. Su manera de representar la masa ilustra acerca de la condición humana en las sociedades de América Latina hoy. Por eso titula, con ironía, su fachada más ambiciosa Stanno tutti bene. Allí habla del ser desamparado y del desengaño de las utopías. Habla del ser en su contingencia total. Es el existencialismo llevado hasta sus últimas consecuencias: no cree en la religión, la desacraliza pintando escenas de comunión y de novios (y hasta vírgenes del arte colonial) al modo de íconos de niños y parejitas de yeso como las que decoran las tortas. Asimismo, hay un cuestionamiento de la tradición: pinta el retrato de sus abuelos como si estuvieran posando para él, ahora ...” Angel Kalenberg, Director del Museo Nacional de Artes Visuales de Montevideo, Uruguay. Con Figari: Anverso y reverso.Texto tomado del catálogo Ignacio Urrutia, Museo Rufino Tamayo, 1998. “... Todos los personajes miniaturizados de Iturria, tienen un aire familiar. Participan de una promiscuidad de patios traseros o de terrenos vagos y comparten la rutina existencial de una modernidad banal. Pero su pequeño tamaño les permite acceder de cuerpo entero a la libertad del espíritu y utilizar su derecho a soñar. Los muebles en donde habitan son el campo infinito de sus fantasmas. Descubren sobre el respaldo del sofá el rostro cambiante de las fantasmagorías del mundo. La plana extensión del campo se transforma en un paisaje de la Arcadia. El avión del viaje está siempre listo para salir del placard, y las cucarachas que surgen de abajo de la pileta de la cocina están siempre listas para tomar la forma de una caravana de mini elefantes. El rincón de la repisa sobre la cómoda es el escenario virtual de todos los misterios del amor, de todos los dramas de la aventura, de todas las epopeyas de la Historia. Tal es la fuerza evocadora de la vida cuando se conjuga en el “Presente del Indicativo” de la existencia urbana. La proliferación industrial ha invadido la ciudad con sus muebles gigantes. Los habitantes de la ciudad convertidos en enanos, han recreado el mundo a su escala. Iturria, como un nuevo Goya de la era postindustrial, nos hace sentir la poesía en el fondo del cajón de la cómoda o nos la revela sobre el respaldo del sofá. Su pintura trasciende el espacio doméstico y lo proyecta en la realidad virtual del cosmos. Iturria, a la manera de un Víctor Hugo postmoderno, nos recuerda que el eterno presente de la existencia urbana es también el de la leyenda de todos los siglos: entre la rutina del ser y el mito no hay sino una ínfima distancia del misterio humano ..." Pierre Restany. Crítico de arte. Iturria: la ínfima distancia entre la banalidad de un terruño y la singularidad de su mito. Texto tomado del catálogo Ignacio Urrutia, Museo Rufino Tamayo, 1998. “ ... Parece que sin proponérselo, Iturria, que evita teorías, movimientos y estilos, es un postmodernista agudo por la atención que presta a temas tales como la memoria, la historia, la construcción de la identidad cultural y los múltiples significados y propósitos de la tradición. “Uso lo que me rodea”, dijo, puntualizando que los objetos de su estudio tienen tanta probabilidad de convertirse en sujetos de sus telas o construcciones como los medios queribles y medios criticados apodados personajes de Montevideo y Buenos Aires que aparecen en su obra (como los elefantes, aviones y muebles, sus potentes símbolos del hogar. Bailarines, gauchos, soldados, jugadores de fútbol, uniformados chicos de escuela, amantes abrazados: a todos Iturria los pinta posando o reposando en manteles o gigantescos sofás que se convierten en paisajes o compartimientos como muebles marco dentro del marco o formatos de fotos uno al lado de otro en identidad anónima ...” Edward M. Gómez, publicado en el New York Times, el 14 de abril de 1998. Texto tomado del catálogo Ignacio Urrutia, Museo Rufino Tamayo, 1998. “ ... Ignacio Iturria es uno de los mejores pintores de su generación. Este pintor uruguayo está siendo reconocido rápidamente en todo el mundo como uno de los maestros de nuestro tiempo. Sus mayores admiradores son otros pintores. Aun antes de considerar las mitologías y significados de estas elocuentes obras de arte, me maravillo ante el manejo de la pintura...”. “ Para Iturria el papel del color es ante todo, insuflar en la pieza luz y vitalidad; sólo en segundo lugar es un medio para definir o describir objetos. Sus amarillos, rojos y azules se vuelven contratonos cuya función, como en la música o en la cocina, es crear una riqueza que no se presta a fácil definición. Iturria hace tambien muebles, que no son para sentarse, ni mucho menos para arrumbar en el depósito. Para este artista, los muebles son a la vez superficies de dos y tres dimensiones sobre las que pintar. Son un escenario para sus ideas acerca de la escala. Transforma un aparador en un edificio de apartamentos desbordante de vida, o un armario en un rascacielos...” “ ... Iturria hace arte acerca de los que significa ser humano; lo que hacen todos los artistas. Iturria, sin embargo, traza el mapa del territorio de la vida humana a partir de los íntimos confines del hogar. Nos levantamos por la mañana y ocupamos nuestro lugar en la mesa familiar. Recogemos nuestras cosas y vamos a la oficina, un colegio o un estudio, donde nos instalamos en nuestra mesa o nuestro escritorio. Por la tarde regresamos a casa y repetimos la misma rutina. Nuestras vidas discurren sobre una sucesión de mesadas. La mesa pasa a ser el teatro de lo humano, la silla el repositorio de la historia de la familia. El abuelo que ya no está con nosotros se sentó aquí; y las generaciones se suceden sin reemplazarse jamás unas a otras, sólo añadiendo a la textura de la vida familiar . El pasado, el presente y el futuro se hacen compañía en el arte de Iturria, al igual que la persona que el mundo percibe en uno y la persona que uno imagina o desea ser, habitan conjuntamente el mismo cuadro, ligadas por un fino hilo de plata...” Laurel Reuter, Directora del North Dakota Museum of Art. Texto tomado del catálogo para la exposición Ignacio Iturria: Un Pintor para el Mundo, North Dakota, U.S.A. 1997. |