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Goitiño, Héctor Yuyo
Nace en diciembre de 1935 en la ciudad de Durazno, Uruguay
En 1951 se radica en Montevideo siguiendo los pasos de su hermana Nelly, abogada, reconocida actriz de teatro y presidente del Sodre entre 2005 y 2007.
Se vincula al Movimiento de Teatro Independiente colaborando como técnico y ayudante del escenógrafo sueco Bengt Hellgren.
Trayectoria:
1956- Inicia sus estudios de pintura con Manolo Lima
1957- Continúa sus estudios con José Gurvich ingresa al Taller Torres García donde consolida su formación junto al propio José Gurvich, Augusto y Horacio Torres. Este último lo designa como su colaborador en la realización de los gigantescos vitrales para la Iglesia del Seminario Arquidiocesano de Toledo (Canelones, Uruguay), importante obra del Arquitecto Mario Paysee Reyes.
1961- Se radica transitoriamente y trabaja en la ciudad de Buenos Aires (Argentina).
1961- Participa en la Exposición Colectiva del Taller Torres García, hasta su clausura en 1962 (Montevideo, Uruguay).
1967- Exposición en la Galería del Hotel Columbia de Montevideo (Uruguay).
1992- Exposición en la Galería Montevideo (Uruguay).
2000- Envío de obra a la Feria Internacional de Arte Contemporáneo en Caracas (Venezuela).
Muchas de sus obras integran prestigiosas colecciones particulares dentro y fuera del Uruguay.
El último constructivista
Mientras la cotización de sus obras crece en países como España, Estados Unidos y Argentina, a los 76 años Héctor Yuyo Goitiño es un pintor prácticamente desconocido en Uruguay, donde expuso una sola vez en su vida. Tras largos años de residencia en el barrio Carrasco junto a su esposa, la también artista plástica Marta Morandi, Goitiño continúa enfrentándose a diario a un caballete, ahora en su apartamento de la calle Santiago de Chile, donde ha acumulado un verdadero tesoro artístico. Alumno y amigo de Augusto y Horacio Torres, compañero de andanzas de José Gurvich y Gonzalo Fonseca, sus cuadros aún conservan la inconfundible impronta del Taller Torres García.
Héctor Yuyo Goitiño nació en 1935 en Durazno, pero en plena adolescencia se trasladó a Montevideo siguiendo los pasos de su hermana Nelly, abogada, reconocida actriz de teatro y presidente del Sodre entre 2005 y 2007. “Llegué cuando tenía quince años, era un tipo bravo pero me llevaba muy bien con Nelly, que ya se había venido y me consiguió un empleo. Vivíamos en una pensión con mis hermanos, dos mujeres y dos hombres”, recuerda con nostalgia.
Cuenta que la ciudad lo deslumbró: “en los 50, Montevideo era espléndida, o por lo menos desde el punto de vista de un can arito de Durazno que venía de la lamparita de 25 vatios, de la barra de amigos sentados al cordón de la vereda”. Fue seducido por los cafés, la política, pero sobre todo por la gente. Empezó a frecuentar el teatro con su hermana y a vincularse con un nuevo mundo, actores, escritores, poetas y pintores. Y si bien pronto se dio cuenta de que no se sentía cómodo en aquel ambiente, fue allí donde conoció a Manolo Lima, su primer profesor de pintura: “empecé a pintar con él, antes solo dibujaba, pero Manolo no era bueno enseñando y no andaba la cosa”. La relación alumno maestro no funcionó, pero Goitiño siguió vinculado a la pintura hasta que conoció a José Gurvich (1927-1974).
“Gurvich me rescató, me citó en el puerto y empecé a trabajar con él, que era un fenómeno, un tipo fuera de serie”. Al principio dudó, no quiso ir, pero Gurvich le dio dos buenas razones: Augusto y Horacio, los hijos de Joaquín Torres García (1874-1949). Así empezó su vínculo con el Taller, que duró casi doce años. “Empecé trabajando con Gurvich, ayudándolo, pintando con él. No había clases, era un núcleo de pintores que trabajaban juntos, cada uno en su taller pero todas las noches intercambiando cuadros, cosas, pensamientos, te obligaban a una formación difícil”.
Los recuerdos sobre Gurvich lo invaden, lo respeta, lo admira, dice que gracias a él empezó a vivir de nuevo. “Era un fenómeno, extraordinario; era inquieto, hacía de todo, cerámica, pintura, acuarela, una alegría de vivir”, aunque confiesa que cuando caía la noche le sentía un dejo de tristeza. Fue él quien se dio cuenta de que Yuyo era un pintor. “Nelly me confesó, mucho tiempo después, que Gurvich le había dicho ‘había un pintor en tu hermano’.
La proporción interna
A Goitiño le gusta ser reconocido como alumno del Taller porque allí fue donde se formó: “nosotros trabajábamos mucho, vivíamos juntos, trabajábamos juntos, unos más jóvenes, otros eran los maestros, aunque no eran realmente maestros, había un trabajo en conjunto y ahí te ibas formando”. En el Taller no se creaba un oficio sino un concepto de lo que era la pintura, en qué consistía. Para explicar la idea de concepto del arte se apura a citar su libro de cabecera del pintor cubista Juan Gris, La Pintura, que lee y relee desde hace más de 50 años: “si usted quiere hacer el rulo del cabello de una mujer y toma hierro para hacer un ondulín, pero no tiene el concepto de ondulín, hace cualquier cosa; si quiere hacer un clavo tiene que tener el concepto de clavo porque si usted no sabe y no tiene el concepto puede hacer cualquier cosa, no alcanza con pintar, se necesita el concepto”, desestimando así la idea de que para ser pintor solo se necesita tela, pinceles y colores. Y agrega: “Leonardo (Da Vinci) decía que la pintura ‘e cosa mentale’ y tenía razón, es cosa mental, es decir, una elaboración, una elaboración espiritual”. También recuerda una reflexión de Torres García con la que concuerda plenamente: “Él decía que hay que ser. Ser. Ser escritor, ser actor, ser escultor, ser pintor para hacer pintura, escritura. etc. Se puede ser y se puede perder y no ser nada. No pintando se es pintor. Se es pintor si se es pintor”
Para Goitiño la clave de su obra es el arte de la proporción. “Cuando te das cuenta de lo que es la proporción, si la encontrás, la intuís, te jugás entero a eso. La proporción tiene una expresión que es el compás de oro, es una herramienta, como un pincel, pero a la proporción tenés que encontrarla en vos, sentirla vos, tratar de pintarla, intentar transformarla en pintura, otros en arquitectura, otros en cerámica, pero la tenés que buscar en el alma, en el espíritu, y eso te lleva la vida entera”. Y sostiene que esa tarea es un arte grande y que no le importa perder su vida en eso.
Pintor geómetra, constructivo, deudor de la obra de Guillermo Fonseca (1922-1997), Horacio Torres (1924-1976) y Augusto Torres (1913-1992), quien también influyó en la formación de Goitiño, aunque no directamente, fue el propio Torres García, a quien considera su gran maestro. “Yo tuve oportunidad de ser muy amigo de su familia, de Manolita, su esposa, que era muy agradable, muy inteligente, un encanto, preciosa mujer”. Ella estaba acostumbrada a tratar a los pintores, por eso cada vez que lo veía deprimido le aconsejaba ir al museo a ver la obra de Rafael Barradas, o le recordaba que en la silla donde estaba sentado también había estado él. “Manolita sabía que para mí Barradas era una maravilla, una fiesta”.
Cuando Goitiño empezó a pintar, Torres García ya había fallecido pero había tenido la oportunidad de conocerlo en uno de sus visitas a Montevideo para ver a Nelly, antes de mudarse definitivamente a la capital. “Su cuerpo tenía forma de gancho como todos los pintores, doblado de trabajar, te impresionaba, te miraba con los ojos claros y te conmovía”. De aquel primer encuentro en el Ateneo, donde Torres tenía su Taller y funcionaba el Teatro del Pueblo, Goitiño no se ha podido olvidar porque fue también su primer encuentro con un arte que para él era de otra época. “Nelly me dijo: el viejito es pintor, yo no podía creer, cómo que pintor, si están todos muertos. Yo pensé eso porque en Durazno la enseñanza era terrible, había tres pintores nada más: Rafael, Miguel Ángel y Figari, los tres estaban muertos y no haçbía nadie más”.
La única exposición
Goitiño se casó con una pintora, también vinculada al Taller, Marta Morandi (1936-2004), con quien tuvo dos hijas. Reconoce en ella una gran pintora y plástica, “Marta era plástica del nivel de Fonseca, era inventiva, fina”. La extraña y recuerda en todo momento: “Ella era pintora, de eso estoy seguro, de mí no estoy seguro, pero era Marta que lavaba las cacerolas, tendía las camas”. Con ella y con Cacho Cavo expuso por primera vez en 1965 en el club Neptuno pero dice que fue una exposición por compromiso y que esa parte no le gusta, “a los pintores del Taller en general no nos gustaba, todos los años había un homenaje a Torres y nosotros los pintores nos quedábamos en el fondo, todos parados atrás, nada de exhibición.
Para su siguiente exposición tuvieron que pasar muchos años y tampoco fue por su iniciativa, sino la de un marchand que fue a su taller y se llevó sorpresivamente algunos cuadros. “Expuse en una galería en Pocitos porque un hombre, Quesada, un tipo bien, agarró los cuadros, dijo este, este, y se los llevó”. Pero vuelve a repetir que no le interesa el mercado del arte, que solo le interesa el arte.
El primer cuadro que vendió lo volvió a comprar: “Gurvich me decía que no lo vendiera porque no iba a pintar otro, y yo le decía que todas las mañanas pintaba uno, dos. Pero al final lo terminé comprando, lo vi en un remate, no sabían de quién era, no sabían que era mío. Lo vendí en 50 pesos y lo compré en 250 dólares, lo compré barato. Era una naturaleza muerta, todavía la tengo”.
Una tarde preciosa
Goitiño siempre ha vivido o sobrevivido, como él prefiere decir, del arte y su único trabajo formal le duró seis meses. “Era un trabajo en un cambio, me lo había conseguido un hermano, pero un día, una tarde preciosa, miré para el puerto, me fui caminando por Ituzaingó y me quedé allí, integrado al paisaje, y nunca más trabajé en mi vida”.
Confiesa que sus cuadros se venden poco en Uruguay: “vendo a fuerza de nombre, tengo fama de ser inhóspito, pero igual algunos vienen y los que no se animan compran por ahí”. Pero ha logrado tener mucho éxito en países como España, Argentina y Estados Unidos y sabe que en estos días su obra se ha convertido en materia de inversión. Para él, Uruguay mira al arte comercialmente: “Augusto (Torres) lo definía muy bien, decía que antes había coleccionistas, una clase media importante, profesores, intelectuales que compraban; ahora hay inversionistas, invierten y ganan mucho dinero”. También sabe que el arte es mercadería pero cuando pinta no piensa en eso, le importa el proceso de la pintura, y tampoco le preocupa la falta de controles: “yo simplemente pinto”.
Lo que sí le inquieta y lo entristece es que con el paso del tiempo pinta cada vez menos: “antes pintaba tres, cuatro cuadros por día, hoy pinto uno y no todos los días, me canso, no tengo donde ponerlos, no los veo”.
La lengua de la mariposa
Publicado en julio de 1974